Pero a pesar de ello, y faltándonos esa pieza del puzzle, nunca hay que rogar el cariño, ni a un hombre ni a nadie, nuestra dignidad como persona está por encima de todo.
La esperanza de la luz de una farola.
Esta es una corta narración que mandé a una página en la que pedían un relato sobre la luz de una farola y así quedó.
La esperanza de la luz de una farola.
Esta es una corta narración que mandé a una página en la que pedían un relato sobre la luz de una farola y así quedó.
La luz de la farola iluminaba el camino de retorno invitándola a cruzar aquel estrecho callejón que la separaba de la libertad. El temor atenazaba sus sentidos haciendo que desconfiara de aquella noble invitación pero la vuelta a tras era del todo imposible, volvería a caer en aquella prisión en la que había vivido los tres últimos años, donde la tristeza, la soledad y la desesperanza habían sido sus compañeros más fieles. No volvería a tras, prefería la muerte antes que seguir viviendo como lo había hecho hasta entonces.
Su pie tembló al pisar el primer peldaño de la escalera y su corazón brincó entre las paredes de su pecho, solo debía sujetarlo para que no saliera disparado por la boca. Ahora ya estaba, la frialdad de la piedra subió a través de su piel como hielo recio, aun así, la pisada se fortaleció al volver a mirar aquella luz esperanzadora de la farola. Tan cerca y a la vez tan lejos. Pronto, la pierna que permanecía en zona segura, se elevó sobre el aire y alcanzó el siguiente escalón; casi podía tocar el rocío de la calle con sus manos, la fuerza la sostuvo y pronto sus pies volaron hasta aquella farola que la esperaba como una madre protectora y su luz la abrazó para enjugar las lágrimas que brotaban de sus infantiles ojos.
Amor a los animales
Quiero a mi perro. Le quiero a pesar de estar
muerto desde hace unos meses. Le quiero, le echo de menos y le lloro desde
entonces. No puedo hacerme a la idea de que ese ser maravilloso al que tanto
quiero, yace bajo tierra siendo destruido por los gusanos. Esos ojos que me
transmitían tanta serenidad, ese corpachon peludo saltando cual gacela grácil,
ese llanto en forma de aullido cuando se sentía triste y ese parloteo
indescifrable respondiéndome de vez en cuando a mis reflexiones en voz alta,
como si me entendiera y respondiera a las preguntas que me hacía a mi misma.
Todo eso y muchísimas cosas más, echo de menos de ese ser vivo, extraordinario
que puso el destino en mi camino.
Quien no ama a los animales no puede
entenderlo. La frase más típica es: “se les coge cariño”. No, no se les coge
cariño, se les quiere igual que se pueda querer a un niño. Podría haber estado
hablando de una persona en lugar de un perro, pues para mi no hay diferencia
entre ambos, todos somos seres vivos. ¿Por qué pensamos que los humanos somos
más importantes? ¿Porque pensamos? Ellos también lo hacen. ¿Porque tenemos
sentimientos? También los tienen ellos; o ¿Porque somos más inteligentes?
Entonces existen personas de segunda categoría, o sea, aún son menos
importantes que los animales puesto que tienen un coeficiente intelectual más
bajo incluso que los perros, por ponerlos como ejemplo.
Alguien podía pensar que mis sentimientos hacia
el ser humano deja mucho que desear, pero no es así; amo la vida, a la tierra y
a los seres que en ella moran. Si me encontrase alguna vez en la tesitura de
tener que elegir entre salvar a un niño o a un animal, siempre sería el niño al
primero que acudiría.
Analizaremos esta cuestión:
En primer lugar, un animal siempre tiene más oportunidad de librarse de un
peligro que un niño, pues este último es más indefenso porque el instinto de
supervivencia está mucho más desarrollado en el animal que en las personas;
esos instintos que nos otorgó la naturaleza los hemos ido perdiendo poco a poco
con nuestra evolución, en cambio los animales los conservan intactos.
En segundo lugar, (sin olvidar que los dos seres a los que supuestamente
tendría que salvar, son totalmente desconocidos para mí) por suerte por un lado
y por desgracia del otro; tras el niño hay unos padres, abuelos… etc, que le
llorarían y en algunos casos, jamás se recuperarían de esa triste perdida. A un
animal nadie le echaría en falta, a lo sumo, algún niño, pues solo los niños
tienen a los animales en gran consideración hasta que la influencia de los
adultos les hace cambiar de opinión.
Todavía existe gente que piensa que los
animales no tienen sentimientos; nada más lejos de la realidad, aunque tampoco
creo que se hayan molestado en conocerles y observarles; si así fuera no
tendrían ningún tipo de duda.
Cuando expreso mis ideas sobre este tema,
siempre sale a relucir el ejemplo de las cucarachas y las ratas, entre otros;
ellos también son seres vivos. Naturalmente que lo son, pero como cualquier
especie, si no existe depredador para el control de la especie, su
proliferación puede hacer daño a las demás especies. Quizá nuestra actuación
provoca esa masificación de insectos y roedores, por eso y aunque también son
seres vivos, es algo que se puede llegar a comprender. En ese mismo caso se encuentra
el ser humano. La casi total ausencia de guerras, los avances en la medicina
para curar enfermedades que antiguamente asolaban la tierra en forma de
epidemias mortales y la subida en la esperanza de vida, hacen que la tierra
soporte una superoblación rayando los limites. Ciertamente la madre naturaleza
pone todo su empeño para equilibrar la balanza provocando tsunamis, terremotos,
erupciones volcánicas…etc. Pero parece no ser suficiente, el mundo sigue súper
poblado.
El hombre se ha erigido como el rey por el
poder que le ha otorgado la naturaleza. El poder de pensar y con ello ha
conseguido vencer a sus más feroces enemigos. ¿Por qué la naturaleza le ha
otorgado ese poder? ¿Quizá porque se lo merecía? O ¿más bien porque no tenía
otras armas para defenderse? A cada ser vivo de la tierra se le ha otorgado una
forma para defenderse de sus depredadores; a unos con la velocidad, otros la
sagacidad, otros la fuerza, otros mimetizando su entorno para pasar
desapercibidos y a otros, la inteligencia. El hombre ha evolucionado quizá más
que cualquier otro ser vivo, pues si retrocedemos al principio de los tiempos,
¿Qué era el australopitecos? Sencillamente, un ser que en poco se diferenciaba
de otros animales. Por tanto, ¿Qué nos diferencia de los demás animales? ¿Que
hemos descubierto la pólvora? ¿Hasta dónde nos ha llevado ese descubrimiento?
Hasta la bomba atómica.
La inteligencia en los seres humanos nos lleva
siempre a grandes descubrimientos, pero en definitiva en casi todos los casos,
esos importantes descubrimientos acaban utilizándose de forma destructiva para
los seres vivos y por supuesto, para la naturaleza.
El ser humano no respeta a su madre y tutora,
al contrario, la desprecia como si él fuera superior a ella en todos los
aspectos; piensa que no la necesita para su supervivencia, él es demasiado
inteligente y puede prescindir de ella por completo. Arrasa su manto,
destruyendo sus selvas y bosques. Esquilma sus recursos, contamina sus ríos y
mares además de sus cielos, provocando así su muerte a no muy largo plazo.
No somos conscientes del daño que estamos
provocando, daño que se volverá contra nosotros puesto que la mala actuación
contra ella, solo nos perjudicará a nosotros mismos, los seres vivos que
moramos en la tierra. Y eso solo lo origina el ser humano con su “inteligencia”
y su prepotencia. El resto de seres vivos, los animales, simplemente gozan y
participan del regalo que se les ha otorgado. Están condenados a desaparecer
por causa ciertamente, de la maledicencia del ser humano. En su mano, por
desgracia está, que la vida en la tierra continúe.
Para la madre naturaleza cualquier ser vivo que
more sobre su regazo, es importante; todos somos iguales ante sus ojos, pero
eso sí, el más dañino de todos es, hoy por hoy, el hombre.
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