jueves, 12 de marzo de 2015

Opiniones y pensamientos.

He leído un mensaje que me ha llamado la atención por la rotundidad de sus palabras. A ver qué os parece:

Ser mujer no significa que estarás rogándole al chico para que te hable o te haga caso. Ser mujer significa que no necesitas una media naranja porque estás completa. No necesitas a nadie para ser feliz.

No sé si alguien estará de acuerdo con la frase, realmente pienso que ser mujer es estar casi completa, pero esa pequeña pieza que falta en el puzzle de una mujer no nos hace una naranja entera. Todos necesitamos a alguien. Necesitamos amar y que nos amen y sin esa reciprocidad estamos vacías.

Pero a pesar de ello, y faltándonos esa pieza del puzzle, nunca hay que rogar el cariño, ni a un hombre ni a nadie, nuestra dignidad como persona está por encima de todo.




La esperanza de la luz de una farola.

Esta es una corta narración que mandé a una página en la que pedían un relato sobre la luz de una farola y así quedó.

La luz de la farola iluminaba el camino de retorno invitándola a cruzar aquel estrecho callejón que la separaba de la libertad. El temor atenazaba sus sentidos haciendo que desconfiara de aquella noble invitación pero la vuelta a tras era del todo imposible, volvería a caer en aquella prisión en la que había vivido los tres últimos años, donde la tristeza, la soledad y la desesperanza habían sido sus compañeros más fieles. No volvería a tras, prefería la muerte antes que seguir viviendo como lo había hecho hasta entonces.

Su pie tembló al pisar el primer peldaño de la escalera y su corazón brincó entre las paredes de su pecho, solo debía sujetarlo para que no saliera disparado por la boca. Ahora ya estaba, la frialdad de la piedra subió a través de su piel como hielo recio, aun así, la pisada se fortaleció al volver a mirar aquella luz esperanzadora de la farola. Tan cerca y a la vez tan lejos. Pronto, la pierna que permanecía en zona segura, se elevó sobre el aire y alcanzó el siguiente escalón; casi podía tocar el rocío de la calle con sus manos, la fuerza la sostuvo y pronto sus pies volaron hasta aquella farola que la esperaba como una madre protectora y su luz la abrazó para enjugar las lágrimas que brotaban de sus infantiles ojos.


Amor a los animales


Quiero a mi perro. Le quiero a pesar de estar muerto desde hace unos meses. Le quiero, le echo de menos y le lloro desde entonces. No puedo hacerme a la idea de que ese ser maravilloso al que tanto quiero, yace bajo tierra siendo destruido por los gusanos. Esos ojos que me transmitían tanta serenidad, ese corpachon peludo saltando cual gacela grácil, ese llanto en forma de aullido cuando se sentía triste y ese parloteo indescifrable respondiéndome de vez en cuando a mis reflexiones en voz alta, como si me entendiera y respondiera a las preguntas que me hacía a mi misma. Todo eso y muchísimas cosas más, echo de menos de ese ser vivo, extraordinario que puso el destino en mi camino.

Quien no ama a los animales no puede entenderlo. La frase más típica es: “se les coge cariño”. No, no se les coge cariño, se les quiere igual que se pueda querer a un niño. Podría haber estado hablando de una persona en lugar de un perro, pues para mi no hay diferencia entre ambos, todos somos seres vivos. ¿Por qué pensamos que los humanos somos más importantes? ¿Porque pensamos? Ellos también lo hacen. ¿Porque tenemos sentimientos? También los tienen ellos; o ¿Porque somos más inteligentes? Entonces existen personas de segunda categoría, o sea, aún son menos importantes que los animales puesto que tienen un coeficiente intelectual más bajo incluso que los perros, por ponerlos como ejemplo.

Alguien podía pensar que mis sentimientos hacia el ser humano deja mucho que desear, pero no es así; amo la vida, a la tierra y a los seres que en ella moran. Si me encontrase alguna vez en la tesitura de tener que elegir entre salvar a un niño o a un animal, siempre sería el niño al primero que acudiría.

Analizaremos esta cuestión:

En primer lugar, un animal siempre tiene más oportunidad de librarse de un peligro que un niño, pues este último es más indefenso porque el instinto de supervivencia está mucho más desarrollado en el animal que en las personas; esos instintos que nos otorgó la naturaleza los hemos ido perdiendo poco a poco con nuestra evolución, en cambio los animales los conservan intactos.

En segundo lugar, (sin olvidar que los dos seres a los que supuestamente tendría que salvar, son totalmente desconocidos para mí) por suerte por un lado y por desgracia del otro; tras el niño hay unos padres, abuelos… etc, que le llorarían y en algunos casos, jamás se recuperarían de esa triste perdida. A un animal nadie le echaría en falta, a lo sumo, algún niño, pues solo los niños tienen a los animales en gran consideración hasta que la influencia de los adultos les hace cambiar de opinión.

Todavía existe gente que piensa que los animales no tienen sentimientos; nada más lejos de la realidad, aunque tampoco creo que se hayan molestado en conocerles y observarles; si así fuera no tendrían ningún tipo de duda.

Cuando expreso mis ideas sobre este tema, siempre sale a relucir el ejemplo de las cucarachas y las ratas, entre otros; ellos también son seres vivos. Naturalmente que lo son, pero como cualquier especie, si no existe depredador para el control de la especie, su proliferación puede hacer daño a las demás especies. Quizá nuestra actuación provoca esa masificación de insectos y roedores, por eso y aunque también son seres vivos, es algo que se puede llegar a comprender. En ese mismo caso se encuentra el ser humano. La casi total ausencia de guerras, los avances en la medicina para curar enfermedades que antiguamente asolaban la tierra en forma de epidemias mortales y la subida en la esperanza de vida, hacen que la tierra soporte una superoblación rayando los limites. Ciertamente la madre naturaleza pone todo su empeño para equilibrar la balanza provocando tsunamis, terremotos, erupciones volcánicas…etc. Pero parece no ser suficiente, el mundo sigue súper poblado.

El hombre se ha erigido como el rey por el poder que le ha otorgado la naturaleza. El poder de pensar y con ello ha conseguido vencer a sus más feroces enemigos. ¿Por qué la naturaleza le ha otorgado ese poder? ¿Quizá porque se lo merecía? O ¿más bien porque no tenía otras armas para defenderse? A cada ser vivo de la tierra se le ha otorgado una forma para defenderse de sus depredadores; a unos con la velocidad, otros la sagacidad, otros la fuerza, otros mimetizando su entorno para pasar desapercibidos y a otros, la inteligencia. El hombre ha evolucionado quizá más que cualquier otro ser vivo, pues si retrocedemos al principio de los tiempos, ¿Qué era el australopitecos? Sencillamente, un ser que en poco se diferenciaba de otros animales. Por tanto, ¿Qué nos diferencia de los demás animales? ¿Que hemos descubierto la pólvora? ¿Hasta dónde nos ha llevado ese descubrimiento? Hasta la bomba atómica.

La inteligencia en los seres humanos nos lleva siempre a grandes descubrimientos, pero en definitiva en casi todos los casos, esos importantes descubrimientos acaban utilizándose de forma destructiva para los seres vivos y por supuesto, para la naturaleza.

El ser humano no respeta a su madre y tutora, al contrario, la desprecia como si él fuera superior a ella en todos los aspectos; piensa que no la necesita para su supervivencia, él es demasiado inteligente y puede prescindir de ella por completo. Arrasa su manto, destruyendo sus selvas y bosques. Esquilma sus recursos, contamina sus ríos y mares además de sus cielos, provocando así su muerte a no muy largo plazo.

No somos conscientes del daño que estamos provocando, daño que se volverá contra nosotros puesto que la mala actuación contra ella, solo nos perjudicará a nosotros mismos, los seres vivos que moramos en la tierra. Y eso solo lo origina el ser humano con su “inteligencia” y su prepotencia. El resto de seres vivos, los animales, simplemente gozan y participan del regalo que se les ha otorgado. Están condenados a desaparecer por causa ciertamente, de la maledicencia del ser humano. En su mano, por desgracia está, que la vida en la tierra continúe.

Para la madre naturaleza cualquier ser vivo que more sobre su regazo, es importante; todos somos iguales ante sus ojos, pero eso sí, el más dañino de todos es, hoy por hoy, el hombre.











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